El pasado. ¿Cómo es el vuestro? Seguro que la gran mayoría ni pensáis en eso que se ha comido el tiempo; y os admiro, porque, ¿Para qué pensar en lo que ya no volverá a rozarnos? ¿Para qué recordar las sonrisas si no logramos entender sus razones? Quizá sea cierto que lo de idiota me caracteriza y la peor faceta felina que he podido adquirir es la de no saber adaptarme a cambios ni a nuevos entornos; mi alma sigue paseando sobre los tejados del barrio donde crecí, mis huellas siguen marcadas sobre los sucios cristales de las furgonetas y mi corazón sigue latiendo al ritmo de las palmas de mis amigos frente a las hogueras de verano.
La vida de otra clase está bien, pero siempre echas de menos fugarte de las obligaciones y perderte por mil calles. Aprendí a callar y a fingir sonrisas; escribí y dibujé lo que dolía, para no dejar ver que las estatuas frías también lloramos. Supe como mentir sin parpadear y lo mejor de todo lo peor es que hoy sé vivir con un peso que en su día me cambió los grados de curvatura en la sonrisa.
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