miércoles, 24 de diciembre de 2014

Pasen y vean.

El problema está en que nunca nadie se pregunta por qué razón se esconde el monstruo debajo de la cama. Todos le temen y meten nerviosos sus fríos pies debajo de las sábanas por si al malvado y desconocido monstruo le da por abrazarse a ellos. Sí, abrazarse. Porque quizá él no se meta entre pelusas y calcetines sucios para asustar, ¡Suena estúpido! ¿Quién hace eso? ¿A quién le gusta estar debajo de la cama pudiendo dormir en una? No seáis ridículos... Los monstruos se meten debajo de la cama a llorar.

Y ahora, ¿Quiénes son los monstruos? ¿Alguna vez habéis visto uno? Yo sí.

El otro día me miré en el espejo antes de meterme en la cama y vi que me faltaba el corazón. ¡Normal que me llamasen 'rara'! Tenía un agujero en el pecho del tamaño de un puño. No sangraba, pero era como si hubiese perdido la pieza más importante del puzzle—la cara de la única persona del dibujo o la casi-unión de los famosos dedos de Adán y Dios—. Era feo. Así que probé con maquillaje, ropa bonita, probé a bailar un poco pero nada lo disimulaba... Nada lograba hacerme ser 'normal' porque ese hueco que permitía ver en el espejo la pared color lavanda que había detrás de mí lo anulaba todo y así las miradas de la gente se iba hacia ahí; hacia lo que había detrás mío y no la sonrisa con la que yo—inútilmente—intentaba suavizar mi pequeño gran defecto.

Así es, os acabo de contar mi secreto; soy un monstruo. Lo supe aquel día que me dio por mirarme en el espejo antes de dormirme pensando que todo está bien mientras nada lo estaba. Y es que es así como un monstruo descubre que lo es; cae en la cuenta de que su rareza es debida a una fatal ausencia emocional. La peor carencia de su vida que se pasará intentando enmendar el resto de sus días entre pelusas y monedas de un céntimo que nadie recuerda haber perdido... 

Así pues, de monstruo a monstruo: duerme tranquilo; te besaré la mano si la dejas caída.

No hay comentarios:

Publicar un comentario